El Reino de las Sombras

La niebla matutina envolvía el castillo como un manto espectral. Desde las almenas, Elena observaba el horizonte con una mezcla de temor y determinación. Habían pasado tres días desde el último ataque, pero sabía que no era más que el preludio de una tormenta mucho más grande.

—Alteza, debemos partir antes del amanecer —la voz de Marcus la sacó de sus pensamientos. Su consejero más leal había envejecido diez años en las últimas semanas, las líneas de preocupación marcando profundamente su rostro.

—Lo sé —respondió Elena sin apartar la vista del horizonte—. Pero no puedo abandonar a mi pueblo. No ahora que más me necesitan.

El viento helado traía consigo el olor a ceniza y destrucción. Las aldeas cercanas aún humeaban después del ataque nocturno. Los Sombríos, criaturas nacidas de la oscuridad más profunda, se hacían cada vez más audaces con cada luna nueva.

—Vuestra Alteza, vuestra supervivencia es lo único que importa. Si caéis, el reino caerá con vos —Marcus se acercó, su mano temblando ligeramente mientras extendía un pergamino sellado—. Este es el último mensaje del Consejo de los Antiguos. Hablan de una profecía...

Elena tomó el pergamino y rompió el sello. Las palabras danzaban ante sus ojos, pero su significado era claro: ella era la última esperanza del reino. La sangre real que corría por sus venas no era solo un título nobiliario, sino la llave para despertar el poder ancestral que había dormido durante mil años.